Fue, más o menos, por estas fechas hace poco más de un año, cuando mi "Dorada" (Like a Chankete) tomó rumbo momentáneo al Puerto de Tarifa, dejándome varado en Sevilla, a merced del tiempo y el espacio...
Por suerte, los vientos de levante se encargaron de 'arrejuntarnos' al remate de una semana...
Recuerdo que fue por estas fechas porque me perdí los Carnavales en Onda Cádiz...
Volvía con los Stafas (los quiero) de una gira de mugre y rocanrol por tierras Mexicanas que, aunque ya me gustaría, no puedo definir con palabras simples o complejas. Al rato de estar allí quería volverme y al rato de volverme quería estar allí.
Fue haciendo escala en París cuando, justo en la puerta de embarque, nos topamos de mera casualidad con un piano blanco, a la vera de un cartel que no alcanzamos a entender puesto que, lógicamente, estaba en francés; idioma que ninguno de los integrantes de la banda se avino a interpretar.
Después de derramar parte de una botella de Cocacola sobre el suelo del aeropuerto de Orly me senté en aquel piano animado por Barrabas y Molinera (bajista y cantante) y empecé a tocar lo que creíamos que iba a acabar con una bronca generacional del cuerpo de seguridad del garito pero que terminó siendo "La canción más hermosa del mundo"!!
A los cuates que hice en México, por supuesto...
Yo tenía un botón sin ojal, un gusano de seda,
medio par de zapatos de clown y un alma en Almoneda,
una Hispano Olivetti con caries, un tren con retraso,
un carnet de mi Betis, una cara de culo de vaso.
Un colegio de pago, un compás, una mesa camilla,
una nuez o bocado de Adán menos una costilla,
una bici diabética, un cúmulo, un cirro, una estrato,
un camello del rey Baltasar, una gata sin gato.
Mi Annie Hall, mi Gioconda, mi Wendy; las damas primero.
Mi Cantinflas, mi Bola de Nieve, mis Tres Mosqueteros,
mi Tintín, mi yo-yo, mi azulete, mi siete de copas,
el zaguán donde te desnudé sin quitarte la ropa.
Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera,
una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera.
No sabía que la Primavera duraba un segundo.
Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.
Les presento a mi abuelo bastardo, a mi esposa soltera,
al padrino que me apadrinó en La Legión extranjera,
a mi hermano gemelo; patrón de la merca ambulante,
a Simbad El Marino, que tuvo un sobrino cantante.
Al putón de mi prima Carlota y su perro salchicha,
a mi chupa de cota de mallas contra la desdicha,
mariposas que cazan en sueños los niños con granos
cuando sueñan que abrazan a Venus de Milo sin manos.
Me libré de los tontos por cientos del cuento del business
dando clases en una acdemia de cantos de cisne.
Con Simón de Cirene hice un tour por el monte Calvario.
¿Qué harías tú si Adelita se fuera con un comisario?
Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera.
Si me pierdo de lista esperadme en la lista de espera.
Heredé una botella de ron de un clouchard moribundo,
olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo.
Nunca supe escribir de un tirón...
La canción de las babas del mar, del relámpago en vena,
de las lágrimas para llorar cuando valga la pena,
de la página en cinta en el vientre de un bloc trotamundos,
de la gota de ira en el himno de los iracundos.
Yo quería escribir la canción... más hermosa del mundo.
En las últimas Navidades uno de los regalos que recibí fue "Cien sonetos de amor" de Pablo Neruda.
Fue un obsequio gratificante y práctico puesto que, a parte del placer de leerlo, me brindó una bonita historia y me inspiró el soneto que hoy me atrevo a compartir con ustedes.
Cuando enumeré la generosidad de los de Oriente vía Whatsapp con una amiga (de esas platónicas), ésta rebatió mi lista de ofrendas con su pregunta: "¿Me prestas el de Pablo?".
Lejos de propinarle una vaga y vulgar respuesta; corté un trozo de papel liso de envoltorio, me aferré a un lápiz y escribí... Y escribí hasta completar mi objetivo, y quemé los bordes, y le puse un lazo...
Y conduje la hora entera que me exigía mi destino, de mi casa a la suya, de pregunta a sorpresa. Y, con la ayuda que da el coraje y el disimulo que la noche otorga, dejé caer mi "papiro" en su buzón.
"Cuando el último Rey Mago apareció, yo ya andaba regalando algún soneto...".